La edición en momentos inciertos

11/01/2022

Pedro Rújula, Roger Chartier

Unelibros se complace en publicar el texto de la conferencia inaugural que Roger Chartier ofreció en la XL asamblea general de la UNE, celebrada en la Universitat de Valencia el 18 de noviembre de 2021, con el título "La edición en momentos inciertos". Acompañan a esta publicación, la semblanza del historiador especializado en historia del libro, la lectura y la edición que Pedro Rújula, director de Prensas de la Universidad de Zaragoza, ha escrito expresamente para este post y el vídeo de la conferencia y posterior debate. Un contenido de gran interés para el sector del libro, que nos enorgullece poder compartir.
La edición en momentos inciertos
Roger Chartier y Pedro Rújula, durante la conferencia.

 

ROGER CHARTIER,

HISTORIADOR DEL LIBRO Y DE LA CULTURA

 

Por Pedro Rújula

 

Roger Chartier es, sin lugar a dudas, uno de los grandes de la historia cultural. A lo largo de su trayectoria, el nombre Chartier se asocia a los de otros intelectuales tan indispensables como los de Pierre Bourdieu o Robert Darnton. También se le identifica como miembro de la prestigiosa escuela histórica de los Annales.

Temáticamente, sus investigaciones se han centrado en la historia del libro, de la edición y de la lectura, pero esto es poco decir sobre su manera de abordar estas realidades del pasado. Sus obras son ejercicios de reflexión sobre la cultura, sobre el tiempo, sobre la historia, sobre la percepción, sobre la circulación,… sobre todo aquello que permite comprender la transmisión de conocimiento y sus mecanismos.

Hay un aspecto de su trabajo especialmente relevante que lo acerca a la sensibilidad de los editores: su voluntad de comprender de manera conjunta el texto y los artefactos y mecanismos a través de los cuales este texto se las ingenia para llegar hasta los lectores. Extraordinaria es la integración que consigue en el estudio de los textos y la manera de vivir y de volar que tienen, en distintos formatos, en distintos soportes, a través de diferentes intermediarios, transformados por receptores y comerciantes, cercenados por censores, editores y piratas, traicionados por traductores, encubiertos por autores temerosos, unas veces, o transgresores conscientes, otras muchas. En definitiva, que en la historia del libro y la cultura el texto es importante, pero la manera de llevarlo a los lectores es determinante para comprender su vida y su influencia.

En su obra el interés por el libro es central. No solo por la dimensión erudita del estudio de las obras impresas, sino porque hablar del libro es referirse a un artefacto central de la cultura de los últimos cinco largos siglos. Para Roger Chartier estudiar el libro es siempre una buena oportunidad para plantearse cuestiones relativas al mundo de la cultura en general.

Roger Chartier ha sido profesor en la EHESS de París y en 2006 fue nombrado professeur del Collège de France. Entre su bibliografía se cuentan muchas obras importantes. Señalaremos aquí simplemente algunas de ellas:

Entre 1983 y 1986 coordinó con Henry-Jean Martin una mítica Histoire de l’édition française, en cuatro gruesos volúmenes, que nunca ha sido superada.

Publicaría más tarde, en 1990 Les origines culturelles de la Révolution française, uno de los libros más importantes aparecidos en el contexto del bicentenario de la Revolución francesa.

Otra de sus obras, El mundo como representación (1991), es una recopilación  española de artículos en la que se muestra su faceta más ligada a la historiografía y donde aborda reflexiones teóricas sobre la historia que han tenido enorme repercusión en varias generaciones de historiadores.

Recientemente acaba de publicar  Éditer et traduire. Movilité et matérialité des textes (2021), un libro excepcional donde aborda la traducción de textos como elemento clave en la difusión de las obras. Un libro que comienza con una pregunta a tumba abierta: ¿Como podemos entender la relación que existe entre las obras y sus textos?

En 1998 Chartier reunió algunos de sus textos dispersos en un volumen que se titulaba, significativamente, Au bord de la falaise.  Es decir, al borde del acantilado (o del precipicio). Una imagen que refleja bien la idea de perspectiva desde lo alto, pero también riesgo de caer. El libro tenía también un subtítulo elocuente: “La historia entre certidumbres e inquietudes”, que muy bien puede servirnos para ponernos en circunstancia para iniciar la lectura del texto del profesor Chartier: “La edición en tiempos inciertos”.

 

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LA EDICIÓN EN MOMENTOS INCIERTOS

 

Por Roger Chartier

 

(Conferencia inaugural de la Asamblea General de la Unión de Editoriales Universitarias Españolas, UNE, Universitat de València, 18 de noviembre de 2021. La dirección y comité editorial de Unelibros agradece sinceramente la gentil autorización de Roger Chartier para su publicación y su revisión y preparación final del texto).

Quisiera ubicar esta reflexión en las tres temporalidades de nuestras incertidumbres al salir ―por lo menos es lo que esperamos― de la pandemia. Siguiendo el modelo construido por Fernand Braudel, distinguiré el tiempo corto, breve, del acontecimiento; las tendencias de las coyunturas y las mutaciones de más larga duración.

El tiempo corto

Podemos empezar con los diagnósticos sobre lo que aconteció, y todavía acontece, durante la pandemia, en relación con el comercio de los libros, las estrategias editoriales y las prácticas de lecturas. Un primer evento fue el cierre de las librerías, que produjo una fuerte caída en las ventas de libros y generó grandes dificultades para las editoriales. En todas las encuestas que he leído —una del Sindicato Editorial de la Edición de Francia  y otra del Centro Regional para el Fomento del Libro en América Latina y el Caribe (Cerlalc)— se ve que los editores estimaron en un 50% la disminución de su facturación entre el año 2020 y el año 2019. En España, durante las dos primeras semanas del confinamiento, las ventas de libros cayeron un 84% en relación con las ventas de la última semana anterior al confinamiento.[1] En Francia, los editores estimaron la disminución de sus ingresos entre la primavera del 2020 y la del 2019 entre un 20 y un 40%.[2]En América Latina los editores observaron un retroceso del 50% de sus ventas entre 2020 y 2019.[3] La consecuencia inmediata fue la disminución del número de títulos publicados y la postergación para 2021 de una parte de los libros que debían salir en el año 2020[4]. De esta manera, una primera realidad fue la dificultad para los lectores de encontrar libros nuevos, libros que no tenían en su biblioteca, si es que tenían una.

La segunda realidad que hemos experimentado es la de una vida casi enteramente digital. Se utilizó y todavía se utiliza la comunicación digital para las relaciones entre los individuos o con las instituciones y administraciones, para el mercado para hacer compras, para la educación y enseñanza, y también para las lecturas que se hacen frente a las pantallas. Se creó así una demanda de acceso digital sin precedentes. Este nuevo hábito de lectura se volvió el gesto normal, necesario, para poder leer, para acceder a libros y revistas.  

Sin embargo, esta observación debe ser matizada porque, si en algunos países como Brasil hubo un aumento de las ventas de libros electrónicos (allí sus ventas se triplicaron en el año 2020 en relación con el 2019), más generalmente este crecimiento fue limitado. La encuesta del Sindicato de la Edición en Francia muestra que, por un lado, las editoriales que tienen un sector digital son minoritarias, y, por otro lado, que estas no observaron un crecimiento fuerte de las ventas de libros electrónicos. Estas observaciones se remiten a la marginalidad de este sector del mercado del libro ya antes de la pandemia: en Francia, las ventas de libros electrónicos representan solamente el 9% de la facturación total del mercado editorial.[5] Entonces la discrepancia observada en Francia entre, por un lado, las prácticas necesarias durante el tiempo del cierre de las librerías y bibliotecas y, por otro lado, el papel todavía marginal de la edición electrónica plantea una pregunta fundamental: ¿debemos pensar que, aunque marginal, la situación de la pandemia prefigura un nuevo mundo de la cultura escrita, con el predominio de la forma digital en un mundo que sería sin librerías físicas y sin libros impresos? El caso del Brasil, donde crecieron fuertemente las ventas de libros electrónico, permite imaginarlo.[6] O bien, por el contrario, ¿debemos pensar que lo que aconteció con la pandemia aceleró mutaciones que ya estaban presentes pero sin modificar profundamente los hábitos de los lectores de libros? Esto es, por lo menos, lo que surgiere la vuelta inmediata y las compras masivas de los lectores en las librerías después de su reapertura.

Según la compañía de investigación de mercados GfK, las ventas de libros en España durante el primer semestre del 2021  crecieron un 44% con respecto al primer trimestre del 2020, en el tiempo de la pandemia, y, lo que es más significativo,  crecieron un 17% con respecto al primer trimestre del 2019.[7] Este crecimiento es el resultado tanto de los lanzamientos de muchas novedades que no salieron en el año 2020 como del incremento de la lectura de ocio durante la pandemia.  El Barómetro de hábitos de lectura y compra de libros establecido por la Federación de Gremios de Editores en España para el 2020 muestra que el porcentaje de lectores frecuentes aumentó un 5% durante los meses del confinamiento con 57% de lectores semanales de libros en tiempo libre.[8]

Coyunturas       

Para entender los efectos de la pandemia es menester ubicarla en las coyunturas que transformaron el mundo del libro y de la edición en las últimas décadas. Como sabemos, la fragilidad de las librerías no apareció con la pandemia: resulta de la competencia de la venta online, en particular por parte de Amazon, de los altos precios de los alquileres en los centros de las ciudades y de la rentabilidad lenta y limitada del negocio de los libros. El Covid-19 aconteció entonces en un mundo en el que, en todas partes del planeta, había disminuido el número de librerías. En París, 350 librerías cerraron entre el año 2000 y el año 2019.[9] En 2013, en su magnífico libro Librerías, Jorge Carrión registró y profetizó estas desapariciones cuyo ejemplo paradigmático era, en su propia ciudad de Barcelona, la substitución de la librería Catalonia por un McDonalds.[10] En varios países, por ejemplo, los Estados Unidos[11] o España a partir del 2014[12], la resurgencia de las librerías independientes y de proximidad introduce una corrección feliz a este sombrío diagnóstico.

También en el campo de la edición se puede encontrar una fragilidad anterior a la crisis. Tiene sus raíces profundas en procesos de concentración cuyo resultado fundamental fue la imposición de la lógica del marketing a expensas de la lógica propiamente editorial. Podemos recordar la expresión de Jérôme Lindon, y después de André Schiffrin, la edición sin editores.[13] «Sin editores» porque las decisiones editoriales se vinculan con lo que se sabe del mercado, de los hábitos y preferencias de los compradores, y no con una política editorial basada en preferencias intelectuales o estéticas.

Esta realidad fue el resultado de la imposición a  la edición de una lógica puramente financiera que marginaliza al editor en relación con otros actores dentro de las editoriales. El libro de Éric Vigne El libro y el editor hace hincapié en dos consecuencias de esta lógica financiera.[14] La primera es la búsqueda de una rentabilidad a muy corto plazo, lo que significa la rotación rápida de los libros en las librerías, y la falta de tiempo para que puedan encontrar a sus lectores. La segunda es la búsqueda de una rentabilidad para cada colección o para cada título, lo que era romper con la lógica según la cual, desde el siglo XVIII, los libros que se venden pueden equilibrar a los que no se venden en un balance global de la editorial.

Un segundo sentido de la fórmula «edición sin editores» se vincula con las prácticas de algunas editoriales, no universitarias por supuesto, de hoy en día que no «editan» en el sentido estricto de la palabra ya que imprimen directamente los ficheros electrónicos que les envían los autores. En este caso, desaparece la definición de la edición como copy editing, como trabajo con el autor sobre su manuscrito y como contribución a la construcción del texto mismo. Son así separados los dos significados que la palabra editar tiene en las lenguas románicas, que ignoran la distinción presente en el inglés entre editing, la edición como preparación de un manuscrito, y publishing, la publicación de un libro, su financiamiento y su producción. En ese caso, tenemos literalmente una publicación sin edición.

Un tercer sentido de la expresión edición sin editores se remite al crecimiento reciente de la auto-publicación, de la autoedición. Esto tampoco es una novedad absoluta. Existe desde el siglo XVI, cuando un autor se encargaba de ser su propio editor, pagaba la impresión de los ejemplares de la edición y, después, los vendía directamente en su casa o gracias a un acuerdo con un librero. Esta práctica no fue dominante, por supuesto, pero existía como alternativa editorial, particularmente en el siglo XVIII. Hoy en día, en el mundo digital, la práctica de la autoedición encuentra nuevos recursos: por un lado, las redes sociales que permiten el crowdfunding para recaudar el dinero necesario para un proyecto editorial, y, por otro lado, la posibilidad de difusión de los libros auto publicados gracias a las plataformas de los distribuidores digitales o bien las plataformas propuestas por Amazon, Apple, Rakuten Kobo.[15]

Una de las razones de estas transformaciones coyunturales, que han creado una situación de fragilidad para las editoriales y para las librerías ya antes del choque de la pandemia, debemos buscarla en las transformaciones de las prácticas de lectura y de los hábitos de los lectores. No tengo todos los datos necesarios a escala mundial, sino solamente para Francia y España. En una investigación dedicada a las prácticas culturales de los franceses y publicada en 2020 por el Ministerio de la Cultura, dos preguntas llaman la atención.[16] La primera, si las personas interrogadas habían leído por lo menos un libro durante el año previo, es decir, en 2018. En el grupo de individuos nacidos entre 1945 y 1974, más del 80% decía que sí, pero para los nacidos entre 1995 y 2004 el porcentaje es solamente del 58%. La consecuencia de esta discrepancia entre generaciones es la disminución global del porcentaje de los lectores de libros entre 1988 y 2018: pasó del 73% en 1988 hasta solamente el 62% en 2018, o sea una pérdida de 11% de lectores.[17] La segunda pregunta era si los lectores habían leído veinte libros o más durante el año previo. En el 2018, un 15% decía que sí, cuando en 1973 el porcentaje era un 28% y en 1988, un 22%. Estos datos muestran que disminuyeron la lectura y la compra de libros tanto con la reducción del porcentaje de los forts lecteurs que compran y leen mucho como, más globalmente (y particularmente para los más jóvenes), con el alejamiento de la lectura de libros.[18]

El Barómetro de la Federación de Gremios de Editores no confirma estas evoluciones para España,  con datos estadísticos diferentes. El porcentaje de lectores frecuentes, definidos como lectores diarios y semanales, es un 52% (con 34% de lectores que dicen que leen libros todos o casi todos los días y 18% que leen una o dos veces por semana). En 2012 el porcentaje de los lectores frecuentes era un 47% y en el año 2000 un 36%. En España no acontece la regresión que se nota en Francia. Sin embargo, en España también se reduce la proporción de lectores frecuentes de libros a partir de los 15 años: mientras que 80% de los jóvenes entre 10 y 14 años son lectores frecuentes, la proporción baja a 50% para los adolescentes entre 15 y 18 años.[19] 

En muchos países, durante los quince últimos años se observó una disminución del mercado del libro. Una investigación del Cerlalc muestra una disminución del 36% en España y del 22% en Brasil de la facturación global de las editoriales entre 2007 y 2017.[20] Los datos proporcionados por la plataforma Statista permiten un análisis más preciso. Entre 2008 y 2013, la facturación del comercio interior de libros en España cayó mil millones de euros. El crecimiento que empezó en 2014 no recuperó el nivel de facturación del 2008. Era en 2020 quinientos millones de euros más bajo que en 2008.[21] 

En la misma investigación sobre las prácticas culturales de los franceses, otro dato muestra que uno de cada seis franceses (15%) afirma que su vida cultural ya tiene lugar por completo en el mundo digital, con las redes sociales, los videos online, los juegos electrónicos, la lectura y la escritura sobre la pantalla. La mitad de estos individuos que, ya desde antes de la pandemia, vivían en condiciones similares a las pandémicas, tiene menos de 25 años.[22] Son los wreaders de nuestro tiempo que asocian o mezclan sobre el mismo soporte una relación inmediata, permanente, entre el leer y el escribir. En España creció mucho la proporción de lectores de libros en formato digital pasando del 5% en 2010 a 30% en 2020. El porcentaje de usuarios de las redes sociales, los websites, blogs y foros electrónicos se volvió el mismo que el porcentaje de lectores de libros impresos (pero en este caso, a diferencia de la estadística francesa, son los mismos individuos los que leen libros impresos y utilizan los recursos de lo digital).[23] Entonces, la cuestión es saber si las prácticas culturales online van a coexistir con las lecturas de los textos impresos o bien si se volverán exclusivas para una parte siempre creciente de la población.

Podemos ampliar el interrogante. El tiempo de la pandemia estableció una situación paradójica: las lecturas se volvieron digitales, pero sin un fuerte aumento de las compras de libros electrónicos. ¿Debemos pensar que aquellos lectores que han leído en este período más textos electrónicos que antes ―pero sin comprarlos necesariamente― volverán después de la pandemia a sus prácticas cotidianas de la cultura impresa?  O, más bien, ¿debemos imaginar que el nuevo hábito se mantendrá, estimulado por los esfuerzos de editores y distribuidores de libros electrónicos que buscan transformar la situación excepcional de leer frente a la pantalla en una práctica ordinaria y común? 

Una manera de formular una respuesta es preguntarnos si los esfuerzos que se hacen en algunos países para traer a los lectores al mundo digital (por ejemplo, la distribución gratuita de e-books o los descuentos importantes en su compra) perfilan la situación del futuro, considerando que el libro electrónico es de más fácil acceso, tiene precio más bajo y resuelve los problemas de la distribución de los libros. ¿Después de la pandemia, podrán los lectores resistir a la tentación del clic que permite comprar libros sin hacer caso a las librerías nuevamente abiertas? ¿O bien seguirán prefiriendo las lecturas de libros, revistas o diarios electrónicos antes que su forma impresa?  Este es el desafío fundamental para el porvenir de las lecturas. Las compras masivas de los lectores  en las librerías después de su reapertura fue percibida como una «divina sorpresa» por los libreros franceses  que conocieron un aumento espectacular de su facturación en el verano y el otoño de 2020.[24] Es una buena razón de esperanza. Pero exige tal vez  una perspectiva de más larga duración de las mutaciones que transformaron las relaciones de los lectores con los textos.

Mutaciones

En primer lugar, se debe enfatizar la distancia establecida entre la lectura de los libros y las prácticas de lectura requeridas, impuestas o producidas  por el mundo digital. La práctica de lectura propia de las redes sociales es una lectura acelerada, apresurada, impaciente, fragmentada y que fragmenta, sin deseo de controlar las informaciones y las afirmaciones leídas. La consecuencia es que  esta práctica de lectura plasmada por las redes sociales se  impone como modelo hegemónico de todas las lecturas. Cuando se apodera de textos que fueron y son concebidos según otra lógica, que suponen una lectura lenta y crítica, una lectura que percibe la totalidad del discurso, grande es el peligro para la definición misma de lo qué es un libro.

La lectura digital transforma la relación entre el fragmento textual y la totalidad del discurso. En un libro impreso, la relación entre cada fragmento (un capítulo, un parágrafo, una frase) y la totalidad de la obra se hace visible por la forma material del objeto. Cada fragmento se encuentra así ubicado en su lugar y papel en la narración, la demostración o la argumentación. Existe pues una fuerte relación entre el fragmento y la totalidad textual. En el caso del texto electrónico, esta relación desaparece. El fragmento adquiere autonomía, independencia. Quizás no es más un «fragmento»,  porque un fragmento supone una totalidad a la cual pertenece o pertenecía. Semejante observación obliga a desplazar la cuestión de la posible muerte del libro. Ya no se trata de la desaparición del objeto material que, como hemos visto, resiste en los hábitos de los lectores de libros, sino del alejamiento de los lectores digitales de la forma de discurso particular que es el libro, entendido como una arquitectura textual cuyo sentido está producido por el arreglo de sus diferentes elementos.    

La consecuencia más preocupante de la lectura digital moldeada por los hábitos de las redes sociales que aleja de la lectura lenta, paciente, crítica, tradicionalmente vinculada con el libro en su definición discursiva, es la transformación del criterio mismo de la verdad. En la cultura impresa, establecer la verdad de una afirmación o información supone salir del enunciado mismo y confrontarlo con otros, ejercer un juicio crítico, investigar para establecer su  grado de autoridad y veracidad. En la lectura plasmada por las prácticas de las redes sociales, el criterio de verdad se encuentra inscrito dentro de la red misma.  No es necesario salir ni del texto, ni de la red, para acreditar informaciones y afirmaciones. El vehículo compartido donde se encuentran es una garantía suficiente de su verdad. El desplazamiento del criterio de verdad desde la comprobación crítica hasta una certidumbre o credulidad colectiva, producida por la confianza ciega en la red social o en el grupo de discusión representa un peligro temible para el conocimiento.

Esta profunda transformación de las prácticas de lectura producida por el mundo conduce a proponer reflexiones nuevas sobre los desafíos lanzados a la edición en general y a las editoriales universitarias en particular. Desde mucho tiempo debían confrontarse con las transformaciones de las prácticas estudiantiles y docentes. En Francia, desde los años 70 o 80 del siglo XX las compras de libros por parte de los estudiantes fueron drásticamente reducidas por otras posibilidades de lectura: por un lado, la frecuentación de las bibliotecas universitarias y, por otro lado, el recurso masivo a las fotocopias de los libros tomados en préstamo en las bibliotecas o facilitados por amigos y a los apuntes dactilografiados de las diferentes materias. Aun más importante, sólo los estudiantes que han elegido una carrera literaria o cuyos padres tienen un título universitario poseen una cantidad importante de libros sin crear necesariamente bibliotecas personales, como lo muestra el éxito del mercado de segunda mano de los libros de estudio.[25] Las mismas observaciones en cuanto a la falta de hábitos de lectores de los estudiantes y su cultura de la fotocopia se encuentran en las investigaciones dedicadas a las editoriales universitarias en América latina.[26]  Hoy en día, el uso de los datos encontrados en la red o la lectura de textos digitalizados refuerzan esta distancia tomada en relación con los libros, tanto su materialidad como su arquitectura textual.

La paradoja es que también el libro electrónico se encuentra desafiado o ignorado por las prácticas de lectura dominantes en el universo digital. La publicación electrónica parecía permitir la construcción de un nuevo tipo de libro, imaginado y deseado por Robert Darnton, un libro estructurado en una serie de estratos textuales dispuestos en forma de pirámide: argumento, estudios particulares, documentos, referencias historiográficas, materiales pedagógicos, comentarios y discusiones.[27] La estructura hipertextual de semejante libro cambia tanto la lógica de la argumentación que ya no es necesariamente lineal ni secuencial, sino abierta y relacional, como la recepción del lector que puede consultar por sí mismo, si existen en una forma electrónica, los documentos (archivos, imágenes, músicas, palabras) que son el objeto o los instrumentos del estudio. Se transforman así profundamente las técnicas de la prueba en los discursos del saber (citas, notas, referencias) puesto que el lector puede, si quiere, controlar las elecciones e interpretaciones del autor. Así, parecía posible una metamorfosis del ecosistema del libro del saber.

Sin embargo, semejante promesa supone una primera condición. Deben estar claramente diferenciadas la comunicación electrónica, libre y gratuita, y la edición electrónica, que implica un trabajo editorial, costes de producción, un control científico y el respecto de la propiedad intelectual. Esta reorganización es una condición para que puedan protegerse tanto les derechos económicos y morales de los autores como la justa remuneración de los editores. Así, el libro digital debe definirse por oposición a las redes sociales que autorizan a cada uno a poner en circulación en la red sus ideas, opiniones o creaciones. Solamente así podría reconstituirse en la textualidad electrónica una jerarquía de los discursos permitiendo diferenciarlos según su autoridad científica propia.

Al mismo tiempo ―segunda condición― se debe percibir y afirmar la diferencia entre el mundo digital y el mundo impreso en lo que se refiere al libro y a la lectura. Con la pandemia, se ha tomado una conciencia más aguda de esta diferencia, una conciencia que nace de las frustraciones producidas por la confiscación o absorción de la existencia por las pantallas. Las compensaciones que permiten produjeron una aguda percepción de lo que no proporcionan. La diferencia esencial es la diferencia entre las lógicas que gobiernan estas dos formas de relación con lo escrito. La lógica de la librería, de la biblioteca, de la página del diario, de la revista o del libro impreso es una lógica del pasaje, del viaje. Entre los espacios de la librería, entre las estanterías de la biblioteca, entre los artículos del diario o de la revista, el lector viaja, peregrina. En esta lógica topográfica, espacial, los lectores son, como escribió Michel de Certeau, «nómadas que cazan furtivamente a través de los campos que no han escrito».[28] La lógica de la producción textual y de la lectura en el entorno digital es muy diferente: una lógica temática, tópica, y, finalmente, algorítmica. La lógica del viaje que rige la edición y la lectura de los libros impresos trae sorpresas, descubrimientos de lo inesperado, de lo desconocido.  La lógica del mundo digital transforma los lectores en bancos de datos. Sus gustos, sus preferencias, sus compras son previsibles y se vuelven el blanco de las proposiciones comerciales y de las propagandas políticas. En el universo digital se puede hallar más rápidamente lo que se busca, pero no se puede descubrir fácilmente lo que se ignoraba.

La transformación de las prácticas de lectura de las revistas ilustra esta diferencia de lógicas. Mientras que en la forma impresa cada artículo está ubicado en una contigüidad física, material, con todos los otros textos publicados en el mismo número de la revista, en la forma electrónica de publicación los artículos se encuentran y se leen a partir de las lógicas que jerarquizan campos, temas y rúbricas. En la primera lectura, la construcción del sentido de cada texto particular depende, aunque sea inconscientemente, de su relación con los otros textos que lo anteceden o lo siguen y que fueron reunidos dentro de un mismo objeto impreso por una intención editorial inmediatamente comprensible. La segunda lectura procede a partir de una organización del saber que propone al lector textos sin otro contexto que el de su pertenencia a una misma temática. En un momento en el que se discute la posibilidad o bien la necesidad para las bibliotecas de digitalizar sus colecciones (particularmente de diarios y revistas), semejante observación recuerda que, por fundamental que sea este proyecto, nunca debe conducir a la relegación, o, peor, la destrucción de los objetos impresos que han transmitido los textos a sus lectores.

El rechazo de la falsa idea de la equivalencia entre lo impreso y lo digital es la condición de posibilidad tanto de la supervivencia de la edición impresa de los libros, revistas y diarios  como del acceso a los textos en sus formas materiales sucesivas conservadas en las bibliotecas. La consciencia de la diferencia hace imprescindible el papel de las instituciones de la cultura impresa: editoriales, librerías, bibliotecas. En el mundo contemporáneo su papel está amenazado. La tecnología digital, que permite compartir conocimientos, saberes y sabidurías, se ha transformado en el instrumento más poderoso para la difusión de las teorías más absurdas, las noticias falsas, las verdades alternativas, las falsificaciones de la realidad y las manipulaciones del pasado.

Contra semejante peligro deben unirse tres responsabilidades. La primera es la responsabilidad de los gobiernos. Una exigencia fundamental de los poderes democráticos es reconocer el vínculo que existe desde la Grecia antigua entre la racionalidad y la deliberación, entre el juicio crítico y la política, el conocimiento verdadero y las decisiones cívicas, y, reconociendo esto, deben luchar contra la proliferación de las falsificaciones y manipulaciones (y no utilizarlas, como hemos visto en el pasado reciente, a ambos lados del Atlántico). Resistir frente a estos peligros supone fortalecer las instituciones del espacio público, las bibliotecas, las librerías, las escuelas, las editoriales. Las políticas pueden desempeñar un papel esencial en esta tarea. Podemos recordar que, en Francia y otros países, la ley del precio único del libro ha protegido a las librerías contra la competencia desigual de los supermercados, de los emporios comerciales y de la venta online.[29] También hemos visto cómo en varios países, una intervención de los poderes públicos ha protegido en una cierta medida el ecosistema de la edición. La responsabilidad de los Estados y las políticas públicas son importantes para evitar la destrucción o desaparición de instituciones fundamentales del espacio público.

La segunda responsabilidad es la de las editoriales. Si es verdad que algunas editoriales publican los ficheros electrónicos de los autores sin ningún trabajo editorial, es verdad también que muchísimos editores, universitarios o no, permanecen fieles a la definición tradicional del papel del editor tal como fue concebido en el siglo XIX. Este papel supone varias operaciones: la construcción de un catálogo de títulos y de colecciones que definen la identidad estética, intelectual o ideológica de la editorial; la atención otorgada a la materialidad misma  de los libros publicados, que también debe mostrar la identidad singular de la editorial y de sus diferentes colecciones gracias a los formatos, las encuadernaciones o cubiertas, los caracteres tipográficos, en definitiva, todas las elecciones gráficas que hacen reconocible una política editorial; y, finalmente, el diálogo permanente, algunas veces difícil y a menudo amistoso, entre el editor y sus autores. Afortunadamente, en el mundo entero, hasta ahora, las editoriales que mantienen esta definición exigente de la edición son todavía dominantes.

Pero esta responsabilidad de los gobiernos y de los editores  no debe hacer olvidar nuestra responsabilidad individual, como lectores y como ciudadanos, porque la  defensa y supervivencia de las librerías, de las bibliotecas, de los libros, está directamente vinculada a las prácticas de lo cotidiano: por ejemplo, la compra los libros en las librerías y no en Amazon, la lectura de las ediciones impresas de los diarios o de las revistas y no solamente de su versión electrónica, o bien la fidelidad al libro impreso y no la búsqueda de una edición electrónica pirata del texto. Las medidas legislativas pueden apoyar la conservación de las instituciones y producciones de la cultura impresa, pero creo que también cada uno de nosotros tiene una responsabilidad personal. Es una responsabilidad que se encarna en estos gestos de cada día que hacemos sin pensar. El peligro o la pesadumbre de un mundo sin librerías, sin editores, sin libros (en el doble sentido de la palabra, material y discursivo) nos amenazan. Si queremos evitar su infinita tristeza es necesario rechazar las equivalencias ilusorias y adquirir conciencia que son nuestras prácticas de lo escrito que moldean y prefiguran el porvenir.     

[1] Lorenzo Herrero, «El mercado físico español registra 20 millones de euros de pérdidas en dos semanas», Publishnews, 9/4/2020.

[2] Covid-19. La situation des éditeurs de livres face à la crise, París, Syndicat National des Éditeurs, Mayo de 2020, p. 8

[3] El sector editorial iberoamericano y la emergencia del Covid-19. Aproximación al impacto sobre el conjunto del sector y recomendaciones para su recuperación, Bogotá, Cerlalc, 2020.

[4] Informes de producción del libro argentino. Edición especial: El impacto de las medidas de distanciamiento social obligatorias en la producción editorial, Buenos Aires, Cámara Argentina del Libro, 2020; Covid-19. La situation des éditeurs de livres face à la crise, op. cit., p. 5; y  El sector editorial iberoamericano y la emergencia del Covid-19, op. cit., pp. 34-35.

[5] Les chiffres du numérique, París, Syndicat National de l’Édition, 8/7/2019.

[6] Conteúdo digital do setor editorial brasileiro, Câmara Brasileira do Livro, SNEL y Nielsen, julio del 2021, y Walter Porto, «Venda de ebooks salta 83% em 2020 e revela força dos livros digitais na pandemia», Folha de São Paulo, 1/7/2021 (83% es el aumento del número de ebooks vendidos lo que significa un crecimiento de 44% de la facturación entre 2019 y 2020.

[7] Iñigo Palao, «El mercado editorial en España», Forum Edita, Barcelona, 6/9/2021 youtube.com, y «Las ventas de libro en España crecen un 44% en el primer semestre de 2021», Heraldo, 7/9/ 2021. 

[8] Hábitos de lectura y compra de libros en España 2020, Federación de Gremios de Editores de España, 2021.

[9] Cassandre Dupuis, «Paris a perdu 83 librairies depuis 2011», Le Figaro, 13/3/2015.

[10] Jorge Carrión, Librerías, Barcelona, Anagrama, 2013.

[11] «Tours of Bookstores for Independent Bookstore Day», C-Span, 26/4/2019 c-span.org

[12] «Observatorio de la librería 2021», Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (CEGAL),16/9/2021 cegal.es

[13] André Schiffrin, La edición sin editores. Las grandes corporaciones y la cultura, Barcelona, Ediciones Destino, 2000. 

[14] Eric Vigne, El libro y el editor, Madrid, Trama Editorial, 2017.

[15] Roger Chartier, «Autoedição», in R. Chartier, Um mundo sem livros e sem livrarias?, São Paulo, Letraviva, 2020, pp. 123-146.

[16] Philippe Lombardo y Loup Wolf, Cinquante ans de pratiques culturelles en France, París, Ministère de la Culture, Culture Etudes, 2020.

[17] Ibid., p. 33.

[18] Ibid., p.6.

[19] Hábitos de lectura y compra de libros en España 2020, op. cit.

[20] Mariana Bueno, ¿Cómo se comportó el mercado editorial en la última década?, Bogotá, Cerlac, 30/9/2019.

[21] «Evolución anual de la facturación del comercio interior de libros en España de 2005 a 2020 », Statista. Global Data Platform, 6/10/2021 es.statista.com

[22] Philippe Lombardo y Loup Wolf, Cinquante ans de pratiques culturelles en France, pp. 80-81

[23] Hábitos de lectura y compra de libros en España 2020, op. cit.

[24] Nicole Vulser, «“On n’a jamais autant parlé de librairie”: le livre ne connaît pas la crise», Le Monde, 7/1/2021.

[25] Les étudiants et la lecture, Emmanuel Fraisse ed., Paris, P.U.F., 1993.

[26] Claudio Rama, Richard Uribe y Leandro de Sagastizabal, Las editoriales universitarias en América latina, Bogotá, Cerlalc, 2006.

[27] Robert Darnton, «The New Age of the Book», The New York Review of Books, 18, 1999, pp. 5-7.

[28] Michel de Certeau, La Invención de lo cotidiano, México, Universidad Iberoamericana, 1996, p. 187.

[29] Patricia Sorel, Petite histoire de la librairie française, París, La Fabrique éditions, 2021, pp. 161-172.

 

Pedro Rújula

Pedro Rújula

Director de Prensas de la Universidad de Zaragoza

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Roger Chartier

Roger Chartier

Historiador especializado en historia del libro, de la lectura y de la edición.

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