Durante veinticinco años compaginé el ejercicio del periodismo con la docencia. Es una labor muy gratificante porque la profesión te aporta una experiencia imprescindible para enseñar, y porque, a cambio, recibes un aprendizaje esencial para, después, conectar desde el periodismo con las nuevas generaciones. Y porque las clases te obligan a pensar, verbalizar y argumentar las decisiones que tomas en las redacciones.
Significa un traspaso de la práctica a la teoría, y viceversa. Las aulas me permitieron mejorar el trabajo como periodista; y el periodismo, dar un fundamento a mis clases. El vínculo está en el «porqué». La doble condición de periodista y profesor te obliga a buscar siempre las razones que te llevan a emprender un camino y no otro. A ser muy consciente de la responsabilidad de cada paso que das, porque después deberás desandarlos en clase. Deberás recorrer el viaje que va del periodismo a la docencia.
En el fondo este es el origen del libro Periodismo y democracia en la era de las emociones. Es la búsqueda del porqué, de las razones profundas, de una serie de acontecimientos que parecen, en una primera lectura, inexplicables. ¿Cómo es posible que Israel cometa un genocidio que la humanidad presencia en directo? ¿Cómo Putin logra arrastrar a todo un país a la guerra contra Ucrania? ¿Cómo un personaje como Trump llegó a presidente de Estados Unidos? ¿Cómo el Brexit fracturó la democracia más antigua de Europa? ¿Cómo el populismo adopta múltiples formas en nuestro país? ¿Cómo el discurso del odio se extiende por unas plataformas cada vez más poderosas? ¿Cómo hemos sobrevivido a la gran depresión del 2008, y a la pandemia del 2020?
Los cánones periodísticos establecen que las informaciones deben de responder a cinco preguntas: quién, qué, cuándo, dónde y por qué, cuestiones conocidas en inglés como las «cinco W» (who, what, when, where, why). De todos los acontecimientos citados, tenemos respuestas para las cuatro primeras preguntas, pero nos queda la más difícil: «el porqué». Y aquí es donde el periodismo se enfrenta al reto de convertirse en conocimiento, de aportar el contexto, de superar la mirada estrictamente local para tener una visión amplia y global de la complejidad. Y de preguntarse qué papel ha desempeñado el periodismo en cada uno de estos fenómenos sociales y políticos y, sobre todo, qué puede hacer a partir de ahora para defender los valores de la democracia y los derechos humanos.
En nuestra búsqueda del porqué encontramos un hilo conductor que recorre el libro: el uso perverso de las emociones por parte de determinadas élites sirve de vínculo entre los diferentes acontecimientos que tratamos. Y, poco a poco, sin darnos cuenta, las olas emocionales que se generan van horadando principios básicos de la democracia y de la convivencia. Se trata de una pendiente de la que sabemos dónde comienza, pero no hasta dónde nos lleva. La historia está llena de ejemplos de sociedades que, lentamente, se deslizaron —se deslizan— hasta el desastre.
Por eso es tan importante reaccionar siempre que se encienden las luces de alarma. Cuando las emociones se imponen a la racionalidad. Y es que la defensa de una causa, el fin, puede provocar los efectos contrarios a los deseados, precisamente porque se decidió que no importaban cuáles fueran los medios para conseguir el objetivo. Es un dilema político, pero también ético, y, a la vez, constituye un inmenso reto para el periodismo, en la medida en que pone a prueba la vocación de equidad y la de situar la búsqueda de la verdad por encima de los propios sentimientos e ideología.
El libro pretende encontrar el porqué de lo que ocurre, pero también tiene su propia razón de ser. Sus porqués. El primero, la convicción de la necesidad de compartir conocimiento entre las generaciones. El periodismo es un oficio que se aprende a partir de la experiencia, de la propia, y de la que nos transmiten quienes consideramos referentes de la profesión. Mi esperanza es que cumpla esta función en las bibliotecas de las facultades de periodismo.
El otro gran porqué del libro es la reivindicación de un periodismo ético. Como afirma el catedrático Norbert Bilbeny en su libro Ética del periodismo (Ediciones UB, 2012), «el periodismo es una profesión inseparable de la ética. Sin ella no hay veracidad, no hay independencia, ni interés por el público, ni trato justo a las personas ni a la sociedad en general. Nos quedamos solo con la técnica de la extracción y transmisión de datos, por lo demás no necesariamente de fiar. Dejaríamos de ser profesionales para ser simplemente oficiantes de la información».
La experiencia, personal y colectiva, va fijando nuestra percepción de la realidad, pues la miramos con el cristal de nuestros pensamientos, de las emociones, de las vivencias de cada uno. Sin embargo, pese a los límites de la objetividad, los periodistas debemos aspirar a una información veraz. ¿Cómo? Con la honestidad, que debería ser la esencia ética de nuestro oficio. El periodista tiene el deber de aspirar a la veracidad, de preservar su independencia, de defender el interés público y de comprometerse con los derechos humanos. Todo este conjunto de principios descansa en dos fundamentos: la libertad y la responsabilidad.
El libro, quiero pensar, es un ejercicio de libertad y de responsabilidad en un momento en que el periodismo y la democracia se enfrenta a múltiples amenazas. Y aquí llegamos al último porqué del libro: un homenaje y un lema que los periodistas jamás deberíamos olvidar.
El homenaje, a los periodistas que son masacrados junto a sus familias en Gaza; los periodistas sometidos a la censura y la represión de los regímenes totalitarios, como es el caso de la Rusia de Vladímir Putin, Irán, Afganistán y tantos otros; los periodistas que intentan informar con independencia en países que se proclaman democracias, pero que son Estados fallidos en los que corren el riesgo de ser asesinados por intentar contar la verdad.
Y el lema: «Sin democracia no hay periodismo. Sin periodismo no hay democracia». De todo ello va el libro y la historia personal que me llevó a escribirlo. El porqué.